lunes, 26 de diciembre de 2011

Los soldados con los obreros, los generales con los banqueros. «Crónicas pre-necrológicas de un régimen», Pablo Harri (1975) 2ª Parte

 «No se mata por matar, ni siquiera Franco. Se mata por algo, para algo. Y se está en el poder a los 82 años y en ruina física por algo y para algo. Aun con la cierta autonomía real que el aparato político adquiere sobre la formación social a que responde y de la que esa formación no se sacude exacta­mente cuando quiere y de una manera mecánica, el aparato político del franquismo obedece a las necesidades de la reacción de las fuerzas sociales a que res­ponde, y Franco es una parte, una parte muy importante, de su propio aparato político e ideológico; el franquismo existe y se mantiene porque existe y se man­tiene Franco que a su vez políticamente existe y se mantiene porque existe y se mantiene el franquismo, ambos y así nece­sariamente correspondientes y necesarios para unas clases en un momento histó­rico .La venganza es necesaria, las eje­cuciones no son una acción política ais­lada y necesaria para terminar con el «terrorismo»; ese tipo de lucha tiene difí­cil fin y eso se sabe. »


El ejército está detrás y no hay que con­fundir las cosas. Cierto, se detiene a mili­tares, se exila un capitán de aviación, se hacen declaraciones desde París en las que se manejan unas cifras que muchos observadores consideran exageradas —ochocientos miembros de la unión mili­tar democrática—, y se utilizan estos da­tos para contratar y para pactar. El ene­migo se reduce, son cuatro ultras en torno al Pardo, hasta el ejército es ya —o va a serlo muy pronto— democrático. Todos juntos contra un solo hombre malo, el general del Pardo, «el demonio de los ma­res», o por lo menos de los ríos salmone­ros, con lenguaje de este comic interesado que el reformismo pretende desarrollar como análisis de las fuerzas reales en pre­sencia. Pero no es una historieta, sino la historia. Y la historia va escribiéndose de manera diferente, ante la que toda defor­mación supone interés o error. Si hay error, la denuncia constante exige poner ante los ojos del movimiento obrero el burdo desvío de la realidad que se está planteando. Si se trata de intereses en juego, ¿los intereses de quién? La denun­cia, puesto que no son los intereses de clase de ese movimiento los que llevan a apoyar una política que apuntale las vaci­laciones de la burguesía del cambio, tiene un doble supuesto, además de una urgen­cia que la hace inaplazable y de una exi­gencia que la tiene que hacer permanente: el efecto de clarificación en cuanto recha­zo de unas tesis y una práctica política contrarias a los intereses objetivos del proletariado y capas populares, y el efecto educativo del análisis y verificación de su contenido real. Si se refuerzan los orga­nismos y plataformas interclasistas, se abre un crédito a los intereses no ya aje­nos, sino contrarios, los intereses antagó­nicos precisamente; si se pretende el refor­zamiento de las organizaciones de masas, el camino es el inverso al elegido por los movimientos reformistas, pues no parece que pueda hacerse más que a través de la autoorganización y la comprensión extensiva de que la iniciativa en la lucha dará su dirección, y mediante acciones unitarias de clase.

Y respecto al ejército, que asume institucionalmente la repre­sión a los niveles más altos, la respuesta correcta no parece que sea esperar a que los supuestos, o reales, ochocientos ofi­ciales demócratas crezcan, asciendan, se impongan y contemplen la autodestrucción del aparato militar del Estado bur­gués, que es su autodestrucción social, sino todo lo que se desprende de esa frase, tomada en préstamo como título, que resume las consignas de la hoja repartida por los cuarteles de Euskadi:
«Compañeros soldados: Ayer se celebró en Bur­gos el Consejo de guerra contra Garmendia y Otaegui. El fiscal militar pide para ellos la pena de muerte. A través de este juicio farsa contra dos hijos del pueblo vasco, el ejército aparece de nuevo implicado en los proyectos criminales de Franco y los suyos. Vuestros jerifaltes suelen decir que «los mili­tares no se meten en política», que el ejército sirve «para defender a la nación de posibles ataques de potencias extranjeras». Este burdo cinismo contrasta fuertemente con lo que esta­mos viendo todos los días. ¿Qué hace en reali­dad el ejército?

—Llevar al matadero del Sahara a contingentes cada vez mayores de soldados de reemplazo para que defiendan con su sangre los fosfatos de cuatro ricachos y para que se ganen el odio del pueblo saharaui al que el franquismo niega su derecho de elegir libremente su destino. —Ayudar a los civiles, a los grises y al tribunal de Orden público a machacar a los luchadores antifranquistas, conduciendo al garrote vil a los revolucionarios que pasan por sus sinies­tros Consejos de guerra, como lo hicieron ayer con Salvador Puig, lo intentan hacer con Gar­mendia y Otaegui y lo intentarán después con Pérez Beotegui, Pablo Mayoral y sus compañe­ros del FRAP, Eva Forest, Antonio Durán... y con todos cuantos se atrevan a levantar su voz contra este régimen de explotación y terror. Esto pasa porque, en realidad, la misión del ejército no es otra que defender a los tiranos y a los capitalistas de la lucha, cada día más amplia, de la clase obrera y del pueblo contra la opresión y la explotación. Así, los oficiales que ponen en cuestión tímidamente esta «misión» son encarcelados (como ha pasado con los ocho capitanes de Madrid), mientras unos generales gorilas sueñan con poder utilizar a sus regi­mientos para emular contra el pueblo las haza­ñas de Franco y Pinochet.

¡Hay que impedir que este ejército de guerra civil lleve a la muerte a Garmendia y Otaegui! ¡Los trabajadores y el pueblo ya han empezado a luchar para salvar sus vidas: con la Huelga General de Ondarroa y Gernika, los paros de Altos Hornos, General eléctrica, Babcock, Banca... con manifestaciones en Zarauz, en Hernani, en Lekeitio, las numerosas acciones en todos los barrios y pueblos de Vizcaya y Gui­púzcoa, con las huelgas de hambre que man­tienen 290 presos políticos de Basauri y otras cárceles... En su nombre, en el de la clase obrera y el pueblo, os llamamos también a voso­tros, compañeros soldados: Obreros, empleados, estudiantes, campesinos de uniforme. ¡¡Unios a nuestra lucha para salvar a Garmendia y Otaegui!! ¡¡Organizaos en vues­tros cuarteles para discutir las formas de apoyar a los trabajadores y al pueblo!! ¡Abajo las pe­nas de muerte! ¡Fuera los Consejos de guerra! Libertad para todos los presos políticos! ¡Liber­tad para los militares encarcelados! ¡¡Los generales con los banqueros, los soldados con los obreros!! Comité provincial de Vizcaya de LCR-ETA VI.»
Los Consejos de guerra, de esa tanda que se pretende la primera con la promesa de un trágico «continuará», terminan con un balance sorprendente para muchos, y aun realmente para todos si se sitúan en el múltiple marco del año en que esto ocurre, del continente en que tiene lugar, del tiempo transcurrido desde el fin de la guerra civil, etc. Once penas de muerte por delitos políticos, en Consejos de gue­rra en los que ninguna norma jurídica ha sido respetada, es una cifra poco fre­cuente; once penas de muerte en unos Consejos de guerra en los que no se ha podido demostrar que mataran pero tam­poco se ha podido demostrar que no ma­taran que era la propuesta del poder, y aun que no pertenecían a ninguna organi­zación, sobrepasa la medida incluso para el franquismo. Pero es posible aunque re­sulte difícil creerlo, y en el otoño de 1975 se anuncian once penas de muerte que proponer a la firma de Franco mientras su prensa —rotos los espejos— considera un payaso sangriento a Idi Amin Dada de Uganda. Once penas de muerte que no se cumplirán, dicen algunos. Que se cumpli­rán en proporciones variables, aseguran otros. Porque como Herrera Esteban ministro de Información que no venía a cerrar nada que estuviera abierto y por poco nos pone esparadrapos en los ojos, acreditándose con prontitud en el difícil record de ser uno de los hombres del régimen que menos verdades ha conse­guido decir desde un cargo oficial, afirma en una rueda de prensa: «El embarazo de las dos condenadas a muerte no ha sido contemplado por el gobierno», cuan­do se le pregunta por los posibles indul­tos, o conmutaciones, de los condenados. Lo cual, además de la brutalidad que a simple vista denota la frase supone la disposición a transgredir su propio Código penal que sí contempla el embarazo de una condenada a muerte. Los Consejos de guerra resumen su tarea paródicamente justiciera en esas once condenas. De ellas, hay que repetirlo por­que la España negra ha vuelto a escupir en el suelo, dos mujeres, una comprobadamente embarazada, se dice que las dos, y un hombre gravemente enfermo, irrecu­perablemente disminuido en su capacidad mental.
La venganza.

Hubo rumores al anochecer del viernes 26 de septiembre, y en algunos lugares el pueblo se echó a la calle. Se confirmaron en la atónita mañana del 27, un sábado triste con ojos rojos y mucha rabia. Cinco condenados habían sido ejecutados; es decir, cinco presos políticos habían sido asesinados. Se había cumplido la ame­naza. Se había, en realidad, cumplido la venganza. Si hablar únicamente de ven­ganza parece frivolizar políticamente la cuestión, no lo es tanto si se aclara que se trata de una venganza histórica y colec­tiva, no de una represalia personal llevada a cabo en un momento de ira o de temor. La ira y el temor existen también, pero las órdenes de ejecución que Franco fir­ma están muy bien pensadas, aunque pre­vistas muy mal las consecuencias. Franco, en ese momento, tiene ochenta y dos años y le faltan dos meses y cuatro o cinco días para cumplir ochenta y tres, la enfer­medad de Parkinson y otras dolencias que arrastra desde el verano de 1974, la salud arruinada y apenas se le oye pues su amanerada vocecita de mozo de serrallo se ha encogido; pero todo ello no le hace plantearse la vida humana ajena de ma­nera diferente, ni la política que repre­senta con otras posibilidades menos trá­gicas. El tierno abuelo de mentón flácido y ojos llorones ni siquiera odia, de eso se encargan quienes le rodean, que le han descargado de las rudas tareas del espí­ritu; quismo obedece a las necesidades de la reacción de las fuerzas sociales a que res­ponde, y Franco es una parte, una parte muy importante, de su propio aparato político e ideológico; el franquismo existe y se mantiene porque existe y se man­tiene Franco que a su vez políticamente existe y se mantiene porque existe y se mantiene el franquismo, ambos y así nece­sariamente correspondientes y necesarios para unas clases en un momento histó­rico .La venganza es necesaria, las eje­cuciones no son una acción política ais­lada y necesaria para terminar con el «terrorismo»; ese tipo de lucha tiene difí­cil fin y eso se sabe. Desde la promul­gación del decreto-ley hasta los primeros días de octubre, se producen los siguien­tes atentados admitidos oficialmente: 14 de septiembre, muere un Policía Arma­do en Barcelona; 30 de septiembre, dos Po­licías Armados son heridos gravemente en el curso de un atraco a la Residencia de la Seguridad Social que produce una ga­nancia de 21 millones de pesetas a sus autores, uno de los policías muere pocos días después; 1 de octubre, tres Policías Armados muertos y uno herido grave, en Madrid; 6 de octubre, tres guardias civiles muertos y dos heridos de gravedad en un atentado en Oñate (Guipúzcoa). Estas dos últimas acciones, 1 y 6 de octubre, son respuestas a los cinco fusilamientos del 27 de septiembre.
él mata porque es su oficio, su com­promiso histórico y su contrato social. Franco reafirma su deseo de proseguir mientras viva —«mi dictadura es vitali­cia»— aferrado al poder. Hay quien dice que, en algún momento, y en algún delirio atizado por sus próximos, llegó a creer que no se moriría nunca. Pero son bulos; él y su familia siempre creyeron que mori­ría, la prueba de su modestia respecto a la vida eterna del general es que han pues­to parte de su dinero en Suiza. La supuesta amenaza para amedrentar era algo más; parte de un plan y exigen­cia de una necesidad. No se mata por matar, ni siquiera Franco. Se mata por algo, para algo. Y se está en el poder a los 82 años y en ruina física por algo y para algo. Aun con la cierta autonomía real que el aparato político adquiere sobre la formación social a que responde y de la que esa formación no se sacude exacta­mente cuando quiere y de una manera mecánica, el aparato político del fran

Porque efectivamente, Franco ha firmado el 26 y a la mañana siguiente se ejecutan las sentencias. Piquetes voluntarios de la Guardia civil y la Policía Armada se encar­gan de ello. ¿No ha querido el ejército llevar hasta el fin su misión represiva? ¿Quieren la Guardia civil y la Policía Ar­mada, en piquetes voluntarios precisa­mente, participar en la eliminación física de los militantes políticos? Rumores hay muchos pero ninguno de ellos parece sufi­cientemente sólido como para aventurarlo más que en forma de pregunta. La extre­ma derecha está contenta, aunque hubiera deseado que se cumplieran las once penas de muerte. La derecha está desconcertada en unos casos, satisfecha en otros, preocu­pada en los sectores más agudos de la propuesta del cambio. Tanto el descon­cierto como la preocupación se deben, de una forma general, colectiva, en tanto que fuerzas sociales y al margen del ánimo individual respecto a la utilización de la pena de muerte —de todas formas no son tantos los sentimentales y están muy condicionados los humanistas— se deben, digo, a que no desean un endurecimiento que les haga retroceder en sus plantea­mientos. Las varias ofensivas en marcha necesitan condiciones muy concretas y controladas para poder ser llevadas a cabo sin riesgos excesivos. Se teme la ruptura de equilibrios laboriosos. Los más sagaces dudan de si la maniobra de Franco no pretenderá también empujarles hacia la «unión sagrada» y el «pacto nacional», insistiendo otra vez en la repetida táctica de hacer cómplices más que convencidos. Todos nuevamente pringados en la repre­sión cuando estalla en Europa la gran pro­testa no calculada. Se ha repetido tanto que el franquismo ha sido aceptado por Europa que se han llegado a confundir acuerdos necesarios de unos con entusias­mos generales de todos. Los informes son siempre optimistas en estos regímenes, de la base de la pirámide burocrática a la cima del poder personal se elevan al dic­tador optimismos y triunfos como rega­los a él y notas meritorias para los infor­mantes.

[…] «contra la violencia venga de donde venga» en una consigna hueca porque la violencia está viniendo siempre masivamente del mismo sitio, y sólo a veces, aisladamente, como respues­tas convulsas en situaciones crispadas, se devuelve una parte mínima de la violencia que se recibe, y la derecha civilizada y una parte de la izquierda igualmente domes­ticada ignoran la primera pero condenan y denuncian la segunda. No se olvida la ofensiva ideológica, y así, el grupo «Tá­cito» dice en Ya (4-10-1975): «todos los grupos políticos de cualquier tendencia deberán empezar por condenar de forma explícita y sin sutiles distingos todo acto terrorista». ¿Desde cuándo es para Ya necesaria esa condena? Quiero decir: ¿Desde qué fecha considera que debe ser condenado el terrorismo, o sea «la domi­nación por el terror» y los «sucesivos actos de violencia ejecutados para infun­dir terror», de creer a Casares? ¿Desde los tiempos del Arias Navarro «carnicero de Málaga» o desde los tiempos del Arias Navarro «espíritu del 12 de febrero»? Pero aun cuando esa condena deba sola­mente regir desde la segunda reencarna­ción del viejo policía, desde ahora, desde este año mismo, ¿debe comprender tam­bién al tratamiento policiaco en las comi­sarías, por ejemplo el de Tasio Erquicia por citar el apaleamiento salvaje de un ser humano más recientemente conocido? El Ya no lo aclara. «Tácito» dice también, hablando de las acciones violentas de res­puesta a la violencia del poder, que tienen su origen «en minorías que no represen­tan nada y son radicalmente enemigas de la transformación democrática de la so­ciedad». ¿De qué transformación demo­crática de la sociedad se trata? Se supone que de la que vendrá, porque no creo que ni siquiera los alegres compadres de «Tá­cito», por ponernos todos un poco clási­cos, puedan ver transformación democrá­tica en la sociedad que defiende y man­tiene sus privilegios con la escandalosa brutalidad de la venganza contra cinco militantes políticos condenados pero no juzgados.

Democracia por un lado y minorías que no representan nada por otro. Dos ele­mentos del juego cuya falsedad no im­porta que sea desmentida por los hechos una vez tras otra; dos espantapájaros agi­tados asiduamente por la prensa leal al poder económico, aunque algunas veces pueda parecer vaga o ligeramente contra­dictoria con el poder político. Porque como los ejecutados no representan a na­die, ni a nadie importan, en cuanto se conoce la noticia Euskadi entra en un combate sostenido en el que la emoción sólo es superada por la indignación. De Vizcaya: en Erandio se manifiestan cinco mil personas; en Algorta dos mil el sá­bado que se sabe la noticia y tres mil al día siguiente, en una de las manifesta­ciones más duras habidas últimamente, con disparos, palizas y respuestas que en algunos lugares acorralan a los guardias civiles que corren al jeep hasta que llegan los refuerzos; en muchos pueblos la gente está en la calle todos los días, y en otros desde las ventanas de las casas mujeres de edad gritan «asesinos» a los policías de todos los colores que acuden en trom­ba a deshacer barricadas o disolver gru­pos; en Bilbao, una manifestación de 5.000 personas recorre en silencio el cen­tro de la ciudad y desde la Diputación se divide en varios grupos que recorren zonas de la ciudad ya a los gritos de «dic­tadura asesina» y «huelga general». El día 29, la huelga general es prácticamente total en la margen derecha del Nervión, paran también, parcialmente, General Eléctrica y Naval, totalmente Euskalduna, Babcock, Firestone, Laurak, Celaya, Fun­diciones Bolueta..., las empresas del Valle de Asúa, de Durango, Amorebieta, Mun- guía; paran 20 minutos un grupo de redac­tores y los obreros de taller de El Correo Español de Bilbao; la huelga es general en Elorrio y Ermua, en Bermeo no salen a pescar, como sucede prácticamente en todos los demás puertos pesqueros; hasta los jugadores del Athletic se niegan a en­trenar, que es su trabajo. Las minorías poco representativas convocan acciones unitarias que tienen que ser seguidas, fir­mando las convocatorias, incluso por la izquierda civilizada que sabe que si se separa del huracán de rabia que recorre Euskadi tendrá conmociones en su base: una manifestación que reúne miles de tra­bajadores encabezados por los obreros de Westinghouse, Franco-Española y Asti­lleros Ruiz de Velasco recorre Erandio; en Westinghouse se sale a la calle después de una asamblea de 500 obreros en la que se aprueba el siguiente manifiesto:
«La clase obrera de Westinghouse, a la vista de las ejecuciones perpetradas contra cinco lucha­dores antifranquistas, defensores de la libertad del pueblo, hemos decidido salir a la huelga, siguiendo el ejemplo del pueblo guipuzcoano y una parte de la clase obrera de Vizcaya (Mecá­nica La Peña. Duranguesado...). Por esto deci­dimos que nuestra lucha en estos momentos de agonía de un régimen represivo debe ser: 1. Con­tra las ejecuciones de los cinco luchadores anti­franquistas y las posibles ejecuciones a corto plazo de más luchadores. 2. Por la libertad de todos los presos políticos. 3. Contra el Decreto ley antiterrorista. 4. Por el derecho de expre­sión, reunión, huelga y manifestación. 5. Por la readmisión de los despedidos. 6. Por la auto­determinación de los pueblos oprimidos. En base a estos puntos, hacemos un llamamiento al pueblo y a la clase obrera en general de Euskadi y al resto del Estado español a la huel­ga general, parando las empresas a partir de hoy mismo, no entrando en los espectáculos, bares, establecimientos, etc., como respuesta a la agresión brutal que sufre nuestro pueblo desde hace 39 años, ya que en este momento la clase obrera y todo el pueblo tienen en sus manos el derrumbamiento de esta vieja dicta­dura agonizante, aislada del resto de Europa y repudiada dentro de su propio Estado por el pueblo. ¡Unámonos a la lucha de nuestros com­pañeros en huelga para evitar que se derrame más sangre del pueblo! ¡Vamos todos a la huel­ga general! Erandio 29-9-1975.»
En Guipúzcoa el movimiento es aún mayor. El día 26, en San Sebastián, se manifiestan alrededor de 6 000 personas encabezadas por familiares de presos polí­ticos, el sábado 27 la huelga general se puede considerar absolutamente seguida. Las manifestaciones del domingo reúnen miles de personas en Azpeitia, Zarauz, Tolosa, Eibar, Hernani, con enfrentamientos, barricadas, tiros. Los días 29 y 30 la huelga general incorpora masivamente a los pescadores, bancos, comercios, ba­chilleres y niños de las escuelas; el entie­rro de Otaegui es acompañado por un im­presionante y silencioso cortejo de hom­bres, mujeres y niños inmóviles ante las cargas de la guardia civil, como estatuas en las que las lágrimas ya no se sabe si son de dolor o de rabia. En Mondragón se manifestan contra los asesinatos más de 6 000 personas, hay detenciones, heri­dos numerosos por los culatazos y tiros de las fuerzas de represión; las fiestas populares se convierten en asambleas. En San Sebastián todos los días hay mani­festaciones zonales y en los barrios. Paros parciales en Alava, paros en Navarra, paro muy amplio en Vigo con manifestaciones y acciones callejeras, paros en Madrid y Catalunya. Hay una corriente de solida­ridad en Europa que nos parece fantás­tica conocida desde el interior de la lucha cotidiana, de este lanzarse a la calle sin precauciones ni cálculos. ¿Para qué el de­talle exhaustivo de las acciones, paros, manifestaciones, heridos, detenidos, tor­turados en comisaría? De momento, y muy provisionalmente, los pocos para- policías que hay en Euskadi detienen su actividad independiente, saben que en la situación de indignación general en que se vive, la aparición de un grupo que se manifieste a «contrapelo» puede ser una provocación que les cueste muy caro; y como su heroísmo en la defensa de la civi­lización occidental no funciona si no actúan sin enemigo directo, bien prote­gidos por la policía o en proporciones numéricas o de armas muy superiores, guardan sus camisas azules para otros carnavales, sus porras para otros menes­teres y sus chulerías para el espejo. El Comité Antirrepresivo de Durango (Viz­caya) ha lanzado un comunicado de adver­tencia: «Ayer martes apareció Durango con las paredes escritas. Han sido los «guerrilleros de Cristo Rey» amparados y defendidos por la Guardia civil. Por si no fuera bastante con llenar de odio hacia el pueblo los periódicos y la TV han llena­do también los lugares más visibles de nuestras calles. Hemos visto cómo inten­tan aterrorizarnos denunciando a perso­nas conocidas del pueblo. Lo que no saben es que no hay paredes en todo el Duran- guesado para escribir los nombres de todos los que los odian»; haciendo un llamamiento a recordar sus nombres, a apuntarlos, a una defensa enérgica contra ellos.

Todos estos miles de manifestantes y de huelguistas, todas estas paredes que po­drían llenarse con los nombres —y no hay bastantes, recuerda el CAR de Durango— de quienes odian la represión y a los verdugos, no representan a nadie. «Aviados estaríamos los alcaldes si depen­diéramos del pueblo», dijo un día Pilar Careaga, que lo era de Bilbao. Aviado estaría «Tácito» si también el movimiento obrero y las capas populares, de Euskadi por ejemplo, tuvieran derecho a opinar Aviados estarán cuando lo tengan. Las acciones emprendidas agrandan las posibilidades del combate y plantean, sin propagandismos, las opciones reales. Por un lado, la pretensión reformista de uti­lizar el movimiento de masas como modo de presionar a la burguesía para que de una vez dé el paso esperado: la ruptura definitiva con la dictadura. Por otro, el llamamiento a la acción directa de las masas para que protagonicen los cambios por sí mismas, para el derrocamiento de la dictadura y para que el derrocamiento de la dictadura suponga el principio del asalto contra el Estado burgués. Porque, dato a dato: ¿Cuántas de las movilizacio­nes habidas lo han sido por iniciativa de la Junta Democrática o de la Plataforma de Convergencia? ¿Cuantos paros lo han sido en seguimiento de sus consignas, cuá­les han sido sus intervenciones reales más allá de la firma de algún comunicado? Por otra parte, frente a la violencia creciente de las bandas fascistas, la alter­nativa reformista es pedir al mismo poder que las arma y utiliza que las desarme y las inutilice; protestan contra la violencia metiendo en el mismo saco a persegui­dores y perseguidos.
Pero las bandas llegan cada día más lejos: se habla de una entrega de 250 millones de pesetas del Consejo Superior Bancario para reforzar grupos de extrema derecha (Blanco y Negro, 1-11-1975); unos encapu­chados entran en el restaurante que en Campanzar (Vizcaya) tiene Ignacio Etxabe Orobengoa, hermano de los antiguos mili­tantes de ETA exilados en San Juan de Luz, Joaquín y Juan José Etxabe, y dispa­ran contra el propietario causándole la muerte delante de sus padres y un her­mano que se refugia en una habitación cercana; se suceden las palizas a curas, los asaltos y bombas contra centros popu­lares de barrio, contra librerías; un grupo de desconocidos da una paliza a unos abogados de Madrid y a dos periodistas venezolanos, causando a algunos lesiones graves; en Zarauz, otros «desconocidos», perfectamente conocidos como guardias civiles pertenecientes al cuartel de Azpeitia, golpean brutalmente en su propio do­micilio a la madre y la hermana de Juan Paredes, Txiki; un comercio de los abo­gados de este mismo Juan Paredes sufre, en Barcelona, destrozos valorados en un millón de pesetas; unas veinte personas conocidas reciben, en Barcelona, llama­das advirtiéndolas que salgan del país o serán asesinadas el mismo día de la muerte de Franco, entre ellas Sacristán, Joan Oliver, Coll i Alentorn, Lorenzo Go- mis...; en Zaragoza, un grupo de guerrille­ros armados asalta la universidad y hiere a varios estudiantes, lo mismo que su­cede en Barcelona donde llegan a entrar en un aula y golpear al profesor, en plena impunidad, naturalmente, a cara descu­bierta y siendo conocidos de los presen­tes, sin que los rectores, tan rápidos otras veces en abrir expedientes digan una pala­bra ni acepten tomar medidas. Los ner­vios se desatan, y los abusos de autori­dad sobrepasan incluso la normalidad de una autoridad siempre abusiva. En Bar­celona, un ciudadano es herido por arma de fuego tras los disparos que le hace un guardia municipal porque según su decla­ración le pareció que el ciudadano en cuestión «pronunciaba palabras en con­tra del régimen», y eso es bastante para ser liquidado a tiros en una democracia orgánica; también en Barcelona, nervio­sos los centinelas del acuartelamiento de la Policía Armada de La Verneda porque, según ellos, desde un coche les han dispa­rado, abren fuego graneado, indiscrimina­do y compacto que tiene como resultado el asesinato de un matrimonio y su hijo que cruzaban tranquilamente por delante en su automóvil, y el de dos policías arma­dos —con otro gravemente herido— de una patrulla que regresaba al cuartel. Du­rante una temporada abundan los guar­dias civiles muertos «al limpiar el arma, que se les disparó», «al asomarse a un acantilado», «al caerse del tren».



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