miércoles, 1 de octubre de 2014

Comisiones Obreras, inicios y desarrollo. Lucha obrera dentro del Plan capitalista


(Texto extraído de  «La relación capital/trabajo bajo el franquismo. Los años del "desarrollismo"», 1962-1968, Santiago Lopez Petit. Las negritas son nuestras)

En este periodo, hablar del Movimiento Obrero no puede hacerse sin hablar de Comisiones Obreras. De las Comisiones Obreras en mayúscula, en minúscula, en singular... Surgidas en Asturias, como expresión de la autonomía de clase y de la repulsa hacia la CNS, que llevan en sí mismas un proyecto de ruptura y de reagrupamiento de las fracciones de clase más avanzadas. Ante la represión, la Comisión Obrera representativa se hace clandestina. Se crean así los primeros núcleos relativamente estables de una organización autónoma de clase.

El PCE al igual que el FLP comprenden en seguida que detrás de este proyecto se abre un nuevo horizonte en pos de aumentar su incidencia en la clase obrera. En la batalla burocrática, vence la concepción del PCE. Comisiones Obreras debe ser una alianza de fuerzas políticas, cuyos planteamientos no superen el marco de la lucha democrática, y para ello, nada mejor que declararlas apolíticas. Con esta concepción, el PCE espera que sea mucho más sencillo imponer su legalización. Bajo esta perspectiva completamente tergiversada, ya que se altera tanto su carácter autónomo, como su orientación de clase y anticapitalista, el PCE extiende las nuevas Comisiones Obreras. El procedimiento no puede ser más burocrático. Primero se formaba la Comisión Obrera de una localidad por aglutinamiento de las fuerzas políticas presentes. Luego se intentaba la extensión a todos los ramos y fábricas, reproduciendo a menor escala el modelo unitarista. El PCE descubre así en Comisiones Obreras el organismo que posibilita vehicular toda la práctica reformista dentro del Movimiento Obrero que a su vez permite la aparente liberalización: para ello es necesario, sin embargo, no sólo promover otra concepción de Comisiones Obreras, sino también introducir numerosas deformaciones ideológicas y prácticas. El PCE fomenta el asambleísmo no como una práctica de clase, sino como la mejor manera de crear líderes y penetrar en la legalidad burguesa. El liderismo y el «consignismo» para sustentar una concepción de Comisiones Obreras mucho más cercanas a un amplio movimiento con mínima estructuración, que a una organización autónoma de clase. El parlamentarismo como método de lucha en la empresa (Hispano Olivetti, Maquinista, Aislamibar, etc.) aunque esto suponga el desmantelamiento de la organización interna, la represión abierta. O las convocatorias abiertas en la calle (Plaza Cataluña, por ejemplo) que no sirven en absoluto, para hacer avanzar la organización obrera.9 Son evidentes las contradicciones en que cae esta concepción completamente subordinada a una política interclasista. Defensa de unas Comisiones Obreras apolíticas que en realidad hacen la política del PCE. Abandono del trabajo de base en función del desarrollo burocrático (coordinadoras locales...) cuya finalidad es el control político. Etc...

Las primeras acciones de Comisiones Obreras se desarrollarán en 1964. Las consecuencias más notables son, que a diferencia de las luchas de los años 1961-1963, las movilizaciones de los metalúrgicos de Madrid de 1964-1965, permanecen en todo momento dentro de los cauces legales: la CNS y los convenios colectivos. Las acciones de CCOO dentro de la legalidad, que llega a formar una comisión asesora de la sección social del metal en 1964, les otorgará un gran renombre, y en la medida en que van levantando sus hombres públicos, e interviniendo en las luchas de las grandes empresas Standard, Perkins, AEG, (1966) también cambia el carácter de los movimientos de clase. Más economicistas, localizados en los centros de producción, pacifistas. Desaparecen las grandes movilizaciones, y las únicas que tienen lugar, responden a convocatorias burocráticas: «contra la carestía de vida», «por un salario mínimo», etc...; desvinculadas totalmente de los procesos concretos de lucha, y cuya finalidad es estrictamente útil a la política pactista del PCE. Pero esta práctica reformista hubiera sido imposible sin unas condiciones favorables para su implantación. Convenios colectivos de empresa, no intervención de la policía si la lucha no sale a la calle, alzas salariales sectoriales que fraccionan a la clase trabajadora...

En esta aparente liberalización, que el PCE teoriza (?) como crisis de la Dictadura, CCOO se lanza a la participación en las primeras elecciones (septiembre-octubre de 1966) mínimamente libres. El ministro Solís decía: «A nadie se le preguntará de dónde viene sino a dónde va». Son los momentos de mayor auge del reformismo obrero. Sus líderes públicos se pasean por el Estado dando mítines, el índice de participación es elevado y la seguridad del PCE es tanta, que hasta recomienda participar en las elecciones secundarias para escalar en las vocalías a nivel local y nacional. Pero todavía va más lejos. En un artículo «Sobre el fortalecimiento del Partido» de este año, recomienda «formas más ágiles que las rígidas estructuras orgánicas de células y comités». El choque con la realidad será muy fuerte. Celebrando con gran éxito el Referéndum en diciembre de 1966, cohesionadas las fuerzas políticas burguesas, y de nuevo con iniciativa política, ya que el referéndum había sido la ocasión inmejorable para polarizar a su alrededor la atención general, el capital prepara su ofensiva. Antes de la jornada de lucha del 27 de octubre de 1967, son encarcelados los dirigentes públicos de CCOO. La policía vuelve a entrar dentro de las empresas en lucha. La primavera de 1968 señala el declive de Comisiones Obreras. El llorado Movimiento Obrero entra en una profunda crisis. ¿Qué ha pasado?

La conclusión más inmediata es simple. La línea política propugnada por el PCE y que se había impuesto en CCOO ha fracasado rotundamente. Para comprender lo sucedido, hay que estudiar su relación con el plan del capital y respecto de las otras líneas políticas presentes en Comisiones Obreras. Comisiones Obreras son en la estrategia del PCE, y desde un principio, una pieza clave que les permite interferir en la lógica de intervención del Estado franquista. No constituyen un elemento de ruptura del plan del capital, sino tan sólo un elemento de interferencia. Entendiendo por interferencia una determinada utilización de la lucha obrera. El PCE intenta por todos sus medios y en todo momento, transferir el poder obrero de la fábrica a la sociedad, no para atacar al Estado capitalista ni para imponer una nueva legalidad obrera, sino por dos razones consecutivas. 1) Crear las condiciones para moverse mejor dentro de la legalidad burguesa. 2) Reafirmarse ante la burguesía como organización hegemónica dentro del proletariado. Por eso al PCE no le convienen unas Comisiones Obreras como organización autónoma de clase, cuya acción puede ir más allá de los planteamientos democráticos hasta romper el ciclo del capital, echando por el suelo todas sus alianzas de clase. Esta táctica del PCE se resume muy bien en una frase del mismo documento: «Tratar de influir y ensanchar la liberalización del régimen mediante la conservación de los puestos legales conquistados».
Se podrían hacer muchas observaciones sobre esta táctica, sobre sus consecuencias, su escaso fundamento analítico. Lo interesante es señalar hacia donde apunta y qué finalidad persigue. El reformismo obrero cuando interfiere en el plan del capital utilizando la lucha obrera, lo hace para dirigir la reproducción ampliada de la clase obrera. Para en definitiva, sin alterar la estructura de clases, intervenir sobre su dinámica promoviendo un proceso de convergencia democrática que reduzca a un mínimo la base social de apoyo de la Dictadura. Sin embargo, la liberalización como fruto de la crisis (análisis teórico), la «inteligente» combinación de la legalidad y de la ilegalidad (táctica) y el reagrupamiento de todo el pueblo contra el Régimen (finalidad última), se hundirán ante la represión del Estado franquista como vulgares deformaciones burocráticas. El primer fracaso de la política interclasista del PCE se produjo ante el Referéndum de 1966, cuando fue incapaz de articular una mínima respuesta cogido como estaba dentro de los límites, aunque mínimos, de la legalidad burguesa. El fracaso definitivo vendría más tarde con la represión y el desmantelamiento de CCOO. La línea interclasista cuya triste trayectoria ya sabemos, fue la hegemónica en CCOO, al menos de cara a fuera. Coexistió con otras dos, de muy desigual implantación. La que podríamos llamar verbalista o extremista y la de clase. La línea extremista tuvo en el primer PC(I) uno de sus mejores exponentes. Negándose a utilizar cualquier forma de legalidad burguesa, ni aun la participación en los Convenios Colectivos, revalorizaba la necesidad de la dirección política sobre el proletariado como el único camino para llegar a la Revolución Comunista. Profundamente sectaria, fraccionó CCOO para constituir unas fantasmales Comisiones Obreras Revolucionarias. Este hecho tendría importancia, por lo menos en SEAT, pues bloquearía la creación de toda organización autónoma en la fábrica. En resumen, su propuesta política era romper de inmediato el ciclo del capital para atacar al Estado y todo ello bajo la dirección del nuevo partido revolucionario.

La línea de clase no estaba unificada y en ella existían desde posturas que se reclamaban del leninismo hasta otras del anarcosindicalismo. Su propuesta frente al mecanismo de planificación de la lucha obrera era acumular fuerzas, es decir, conciencia y organización, avanzando hacia unas Comisiones Obreras que constituyeran verdaderamente una organización autónoma de clase capaz de romper el ciclo en su punto más débil. En este sentido, la tarea más urgente consistía en impulsar luchas internas en la fábrica que ayudaran a elevar la conciencia de clase y a generar organización. La línea de clase era la que más se acercaba, aunque de manera intuitiva, al camino que en realidad seguiría el proletariado por sí sólo. Al único camino posible como la práctica demostraría. Utilizar la lucha salarial contra la burguesía aprovechándola como un momento necesario para superar el localismo y la parcialización. Avanzar en el interior mismo del desarrollo del capital, en la construcción de la autonomía de clase. Este proceso subterráneo, como veremos más adelante, culminará en el ciclo de luchas 1970-1971, que hizo saltar por los aires todo el mecanismo de control y de dominio sobre la lucha de la clase trabajadora.

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